viernes, 5 de noviembre de 2010

Mi Equipaje

Y hoy empiezo a preparar mi equipaje.
De una forma similar empecé el trayecto que ahora voy a emprender en el sentido contrario.
Varias cosas son ahora diferentes.
Tengo la misma bolsa roja, y la pequeña mochila, pero también 100 kilos para un baúl hecho a medida y otra mochila. Tengo varios documentos que hay que rellenar, alfombras, patouhs, ánforas y sillas.
También tengo más ropa, la mayoría con la marca de la implacable plancha de Nassima - la señora de la limpieza - aunque gran parte se quedará en Kabul.
Pero no es de ese equipaje del que quería hablar hoy. El equipaje en el que he empezado a pensar esta mañana de viernes es uno más pesado, aunque no haya límite para él en el aeropuerto.
Partí hace ahora un año cargando con un puñado de incertidumbres, ilusiones y algo de miedo. Dejaba un entorno conocido, para lo bueno y para lo malo, un grupo de grandes amigos que me esperan en diferentes partes del mundo, una lista de buenos restaurantes, un mapa gastado de tanto llevarlo en el bolsillo del maillot y una habitación en casa de mis padres llena de trastos, libros y recuerdos.
Y a cambio, qué esperaba encontrar en Kabul? Una guerra, grandes movimientos de gente, distribuciones, quizás una cometa volando entre las ruinas de 2,000 años, burkas, americanos, afganos, gente comprometida y gente aprovechada o que busca aprovecharse de la tragedia del prójimo.
Pues me he encontrado parte de éso. Claro que si. He visto tanques y burkas, americanos con chalecos antibalas y toyotas llenos de afganos. He visto no una cometa, sino cientos. He visto ruinas, pero también gente reconstruyendo. Me he encontrado con gente que quiere aprender, que quiere trabajar, y que si, como todos, que también quiere un futuro mejor.
He descubierto lo que es la logística sin SAP, que tengo cara de afgano, o de iraní, que las calles de Kabul están llenas de polvo y he confirmado una suposición, que hay rostros maravillosos, también en Afganistán. Sobre todo en Afganistán.
He hecho un puñado de amigos que espero llevar conmigo para siempre, he leído libros que me han gustado, y otros que que probablemente se borrarán - o se han borrado ya - de mi memoria.
He escuchado parte de mi vieja música, pero también nuevas canciones. Sé ahora que Radiohead suena tan bien en el Heineken music como en una terraza de Kabul, con la llamada a la oración acompañando.
Me llevo la satisfacción de lo que creo ha sido un trabajo bien hecho y, la pena, de no haberlo podido hacerlo mejor en ciertas situaciones.
Guardaré también un poco ese sentimiento de "y si...", aunque no como un remordimiento, puesto que, por una vez, si, por una vez, creo que he hecho de verdad lo que tenía que hacer. Lo que podía hacer.
Tengo además ahora ideas más claras sobre lo imprescindible para sobrevivir a una misión ICRC. El equipaje estándar: el tissot, la bolsa north face, la nespresso en la cocina, lo altavoces y el proyector en el salón, el botoquín con antimosquitos, paracetamol, pastillas para dormir y sales para la diarrea. El necesario blindaje que se le debe hacer al corazón para que éste no sea acribillado por la imágenes cotidianas, con la intensa convivencia con el entorno.
Guardo también un cuaderno con notas que, por vagancia, por timidez o simplemente por falta de cohesión no he traspasado a este blog y que, a lo mejor, una vez revisadas, forman parte de otra entrada. O no.
Sigo teniendo muchas incertidumbres, miedos y dudas que, espero se vayan despejando en las diferentes etapas del viaje que ahora comienzo.
Seguro que en las siete horas de vuelo a Frankfurt, sentado al lado de Thao, pensaré mujeres, lugares y olores. Si olores, de la gente, de la comida, de los perfumes, de las calles, y organizaré parte de esta vivencias, que simplemente pasarán a ser recuerdos.
Entre Frankfurt y Ginebra me habituaré a los rostros centro-europeos, a los pasillos sin suciedad, a las mujeres sin cubrirse.
Y en Ginebra empezaré a escribir mi nuevo futuro.