sábado, 25 de junio de 2011

Historia de un libro

Ese va a ser el título. Decidido. Y voy a contar de qué va el tema. Incluso a pedir vuestra ayuda. El narrador de mi historia es un libro. Un libro que pasa de mano en mano, y viajando en el fondo de una mochila.

El lugar donde empieza la aventura de este libro, que nos cuenta las costumbres sobre sus dueños, lo he puesto yo.

De momento no os lo voy a dejar leer, pero estoy bastante orgulloso. Un primer capítulo clásico, de introducción del personaje principal, el libro, y de cómo empezó su peregrinar, desde una librería en Londres, hasta un pequeño pueblo de un país en África Central. Describe a su primer compañero de viaje – que sería yo – y sus manías – las mías – y al que se lo entrego.

A partir de aquí, la novela tomará el rumbo que queramos. Cuál será su nuevo destino? Si alguna vez habéis llevado un libro con vosotros durante un viaje, y, después de leerlo se lo habéis entregado a alguien, o habéis soñado con hacerlo, o lo queréis inventar, y os apetece que lo sume al viaje de mi libro, enviadme unas líneas.

Así es que todavía no sé cómo acabará sus días este libro de bolsillo. Espero que me ayudéis a decidirlo.

jueves, 16 de junio de 2011

Reconciliación

Hace muchos, muchos años, en una escuela de una pequeña ciudad de provincias, venían misioneros a mostrarnos diapositivas en las que nos enseñaban las condiciones de vida en África y la labor que desempeñaban.

Imagino que, en aquel entonces, todavía sentíamos que esos misioneros, amigos de nuestros profesores, eran unos héroes. Se enfrentaban a mil peligros, y viajaban a lugares desconocidos para ayudar a los más necesitados.

Los años pasaron, y en los libros de historia nos encontramos las barbaries cometidas en el nombre de la fe, escuchamos la desenfocada visión de la realidad por los dirigentes (y casi nunca diligentes) gestores de la iglesia y, siguieron apareciendo escándalos de además se trataban de encubrir.

Poco a poco, todas esas negativas imágenes fueron arrinconando el recuerdo de esos misioneros viejecitos que venían a contarnos historias y enseñarnos diapositivas.

Hace un mes que he llegado a Bukavu, en la República Democrática de Congo. En este mes, he conocido ya parte de la realidad del país. De esa realidad esbozada en diversos medios pero siempre sesgada por los mismos.

La Realidad constatable y que yo he constatado es: un país con una densidad de población inferior a la de los Monegros, unas infraestructuras paupérrimas, corrupción en diferentes estamentos, regimientos del ejercito que desertan en bloque, guerrillas que siguen campando a sus anchas por determinadas zonas del país y un puñado de ONGs que luchan por conseguir los fondos asignados por las grandes potencias internacionales.

También he encontrado algo más. Una monjita de Vigo, de más de 80 años, que dirige un taller de costura, en el que jóvenes adquieren un oficio y que, con los beneficios, mantiene una escuela y un pequeño centro ortopédico. También un taller de capacitación profesional donde adolescentes aprenden a ser torneros o soldadores bajo la supervisión de un viejo padre francés.

Estos dos encuentros y un pin de antiguo alumno salesiano en la solapa de un empleado de UNICEF me han devuelto momentáneamente a la niñez, a una pequeña sala de actos, rodeado de un grupo de mocosos, mirando las obras de esos misioneros viejecitos, que no tratan de inculcar la fe, sino un oficio, y las ganas de vivir en unos jóvenes que no tienen nada.

Cuando vuelva a Huesca, y pase por delante de mi antiguo colegio, recordaré a esos religiosos y religiosas que deciden hacer algo por otra gente, de verdad, y no a cambio de besar crucifijos o proclamar la existencia de lo intangible. Supongo que como al escribir estas líneas sonreiré y recordaré la sonrisa de ésos que dan sin esperar recibir nada a cambio.