lunes, 5 de noviembre de 2012

El Licor de Don Manuel

Ya de vuelta en Yemen, reviso las cosas que me he podido olvidar en casa o perdido por el camino, y evaluado si realmente las hubiera necesitado. O no.

Una vez más, mis aviones han salido y llegado a su hora, mi maleta ha llegado a destino al mismo tiempo que yo, y ha nadie le ha apetecido hacerse un bocata de jamón o chorizo con mis pertenencias. Reconozco además que, mi porcentaje de vuelos puntuales roza lo sobrenatural y que, al final, hasta le pillaré el gustillo al aeropuerto de El Cairo. 

En este aeropuerto me empiezo a sentir como por los pasillos de la Cruz Roja en Ginebra. Cuando llego y empiezo a deambular por los pasillos estoy completamente seguro de que me voy a encontrar a alguién conocido.

Los dos españoles con los que charlaba en el  tránsito también se quedaron asombrados cuando de repente una extraña, que no lo era tanto, vino a saludarme, muy contenta. Y es que, tras cinco horas de tránsito en el aéropuerto de El Cairo, hasta la aparición de tu antinguo profesor de matématicas se podría agradecer. De hecho, se agradece tanto que hasta me invitó a un helado de Haagen Daz. 

Ya lo sé, Eva, acepto muy fácil las invitaciones de cualquiera que se anima a pagar. No me da ningún reparo que una mujer me invite a un helado de chocolate y dulce de leche. Además, se tiene que tragar la historia de mi excursión por Ordesa con el grupo "Los que se apuntan a lo que sea con tal de no quedarse en casa" y el encuentro con Raúl. 

Raúl es que nos ha dado mucho juego durante toda la semana pasada, desde que nos lo encontramos en su negocio, "El Chocolate de la Abuela". Comimos chocolate y probamos licores. Hablamos de países, rutas en bicicleta y radio - aficionados. Boludeamos hasta la hora de comer, me olvidé un forro polar en la silla y completamos nuestras provisiones con sus especialidades.

Tan solo unas horas antes nos habíamos ido juntando por escalas. Con Angel en la estación de Huesca. Con Javi y Carolina en Atocha. 

Ninguno de los dos había identificado el punto de encuentro que había sugerido pero, como lo que tiene que salir bien sale bien, nos encontramos en mitad de la estación, con total naturalidad, como si lo hicieramos todas las semanas. 

No voy a contar ni lo que nos dijimos durante esos días, ni a describir los paisajes de Ordesa. Lo primero, porque forma parte de la intimidad del grupo. Lo segundo, porque mis adjetivos son demasiado vulgares como para pintar Ordesa en un papel. 

Ah, el grupo acepta nuevos miembros. La única condición, creo, es que simpaticen con las enseñanzas de Raúl.