jueves, 16 de junio de 2011

Reconciliación

Hace muchos, muchos años, en una escuela de una pequeña ciudad de provincias, venían misioneros a mostrarnos diapositivas en las que nos enseñaban las condiciones de vida en África y la labor que desempeñaban.

Imagino que, en aquel entonces, todavía sentíamos que esos misioneros, amigos de nuestros profesores, eran unos héroes. Se enfrentaban a mil peligros, y viajaban a lugares desconocidos para ayudar a los más necesitados.

Los años pasaron, y en los libros de historia nos encontramos las barbaries cometidas en el nombre de la fe, escuchamos la desenfocada visión de la realidad por los dirigentes (y casi nunca diligentes) gestores de la iglesia y, siguieron apareciendo escándalos de además se trataban de encubrir.

Poco a poco, todas esas negativas imágenes fueron arrinconando el recuerdo de esos misioneros viejecitos que venían a contarnos historias y enseñarnos diapositivas.

Hace un mes que he llegado a Bukavu, en la República Democrática de Congo. En este mes, he conocido ya parte de la realidad del país. De esa realidad esbozada en diversos medios pero siempre sesgada por los mismos.

La Realidad constatable y que yo he constatado es: un país con una densidad de población inferior a la de los Monegros, unas infraestructuras paupérrimas, corrupción en diferentes estamentos, regimientos del ejercito que desertan en bloque, guerrillas que siguen campando a sus anchas por determinadas zonas del país y un puñado de ONGs que luchan por conseguir los fondos asignados por las grandes potencias internacionales.

También he encontrado algo más. Una monjita de Vigo, de más de 80 años, que dirige un taller de costura, en el que jóvenes adquieren un oficio y que, con los beneficios, mantiene una escuela y un pequeño centro ortopédico. También un taller de capacitación profesional donde adolescentes aprenden a ser torneros o soldadores bajo la supervisión de un viejo padre francés.

Estos dos encuentros y un pin de antiguo alumno salesiano en la solapa de un empleado de UNICEF me han devuelto momentáneamente a la niñez, a una pequeña sala de actos, rodeado de un grupo de mocosos, mirando las obras de esos misioneros viejecitos, que no tratan de inculcar la fe, sino un oficio, y las ganas de vivir en unos jóvenes que no tienen nada.

Cuando vuelva a Huesca, y pase por delante de mi antiguo colegio, recordaré a esos religiosos y religiosas que deciden hacer algo por otra gente, de verdad, y no a cambio de besar crucifijos o proclamar la existencia de lo intangible. Supongo que como al escribir estas líneas sonreiré y recordaré la sonrisa de ésos que dan sin esperar recibir nada a cambio.

1 comentario: