viernes, 13 de abril de 2012

La Feria del Libro

Era el único ejemplar y, tras una mañana de deambular por las casetas del Parque Ramón Acín, sin encontrar nada que me llamara la atención, empecé a ojearlo con un poco mas de detalle. Contaba la historia de un contrabandista que, por el paso de Canfranc, durante la segunda guerra mundial se dedicaba a, traficar con todo tipo de mercancías de un lado al otro de la frontera.


Un tipo duro al que, las penurias y sentimientos de los judíos venidos de toda Europa no le hacían reducir su tarifa habitual.

La librera, que desde hacía un rato me miraba con una mezcla de curiosidad y aburrimiento, seguía mis movimientos callada, hasta que, decidí preguntarle.

« Si, conozco el libro. No es una historia real o, al menos, no está basada en datos históricos reales. Podría ser que sí, que hubiera existido un Contrabandista Nacido en Canfranc, o en Villanua, que conociera como la palma de su mano todos los pasos, escondrijos naturales y oportunidades que los Pirineos ofrecían a los buscadores de fortuna y otros personajes huyendo de la historia. No hay más ejemplares porque fue una tirada muy pequeñita, un riesgo asumido por una diminuta editorial Zaragozana, quizás conmovidos mas por la ilusión con el que la chica transmitía el producto que con la calidad del relato ».

Pague, lo metí en mi bolsillo y seguí andando. Antes de llegar al final de las casetas, sentía ya el libro quemar dentro de mi bolsillo, y mis ansias por conocer más de este oscuro personaje y por saber si, como en todas las historias clásicas, iba a transformarse tras encontrar, entre las personas a las que ayudaba a cruzar, a una mujer.

Decidí entrar en el Parque Bar, buscar una mesa un poco apartada, pedir una cerveza bien fría y, abrir el libro. El contrabandista, que a estas alturas ya sabía que se llamaba Florencio Tolosana, era un tipo rudo, de pocas palabras y menos vicios. Trabajaba para vivir y, desde el final de la guerra civil, cuando había vuelto a Canfranc, pasaba la mayor parte del tiempo en el monte.

No parecía tener cuentas pendientes con nadie en el Valle del Aragón. Ningún falangista intento que lo detuviera ni, en los círculos de los represaliados se conocía historias de abusos contra los camaradas fieles a la republica.

Debía ser pues lo que parecía, un hombre sin un pasado interesante que contar y con un incierto y duro porvenir.

Parece ser que, después de su llegada, y aprovechando el éxodo de los republicanos hizo un buen negocio, abasteciendo a los vencedores, al mismo tiempo que hacia cruzar a los vencidos. Nadie nunca tuvo un reproche, era discreto, callado y proveía de lo que necesitaban a aquellos que tenían con que pagarlos. Nadie hacia preguntas.

Poco a poco, el negocio fue cambiando. Los alemanes ocupaban Europa, la represión contra los vencidos en España suavizaba y un flujo de gente en sentido contrario, buscando llegar a Portugal se acercaba a los Pirineos. Alguien, al otro lado de la frontera, le proporciono sus primeros clientes, una familia alemana que dados los todavía buenos contactos del padre de familia, había conseguido salir de Berlín tan pronto como las primeras hostilidades hacia los judíos se habían declarado.

Después de 3 días de viaje en el, todavía rutilante Mercedes que habían vendido en Pau, consiguieron llegar al borde de la frontera. Allí, sus distinguidas ropas, poco apropiadas para lo que se avecinaba, atrajeron pronto la atención de los « con seguidores » y pronto, estuvieron en manos de Florencio.

Parece ser que sus primeros clientes no fueron fáciles, aunque le procuraron pingues beneficios. Gente de la clase alta alemana, que lo trataban como a un criado analfabeto. Florencio, que solo hablaba el francés justo para comunicarse con los que le proporcionaba las mercancías en Urdos, no conseguía comunicarse con esas gentes.

En realidad tampoco lo necesitaba. Lo único que necesitaba es que, le dieran la mitad de la suma acordada al principio del trayecto y, la otra mitad, una vez estuvieran en la estación de tren de Canfranc, donde partirían hacia sus nuevas vidas.

Llegada ya la hora de comer, decidí comerme un bocadillo allí mismo y seguir leyendo, seguir buscando el punto de inflexión, la transformación de este zafio, vulgar superviviente en un luchador por la libertad.

Así que, mientras devorada rápidamente mi bocadillo, seguía dándole vueltas a esta transformación, o quizás al encuentro con ese famoso músico que por las noches en los pirineos, recordaba, afinando su viejo violín las noches de la Opera de Viena.

Ensimismado como estaba en leer, comer y desarrollar mi propia historia paralela, no me había dado cuenta de que el Parque Bar se había ido llenando de gente y de que, precisamente, la librera estaba sentada a solo dos mesas de la mía.

Tras un intercambio de sonrisas, decidió trasladarse a mi mesa y, al confirmar que, estaba leyendo el libro que le había comprado, me pidió disculpas: « no he sido todo lo sincera que hubiera debido. El libro que te ha llevado y que, veo que estás leyendo, lo he escrito yo, pero me ha dado un poco de corte decírtelo porque, tú debes ser el único desconocido que lo ha comprado. El resto, parientes, amigos y compañeros de la Editorial ».

“Ah, también te he mentido en otra cosa, Florencio, era mi abuelo”





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